“Me secuestraron siendo un niño y me liberaron siendo un hombre”

Pedro Maidana entró al Salón AMUC con la convicción de una vida de militancia, de idealismo y lucha. Había testificado en múltiples ocasiones pero esta fue la primera vez que contó su historia, su secuestro y todas las violencias que padeció.

PH Daniel Font Thomas
Pedro Maidana

El 14 de junio de 1976 estaba cursando el quinto año en la Enet 1 de Plaza Huincul, cuando un compañero miró por la ventana y divisó el uniforme verde del ejército y le dijo con una sonrisa: “Te buscan Pedro”.

Dijeron que tenían que acompañarlo, Pedro miró al director en búsqueda de una respuesta o resistencia, pero él solo dijo que sí, que vaya. La camioneta del ejército salió de la Enet 1 para dirigirse hacia la comisaría. Allí lo vendaron y empezaron a interrogarlo por armas mientras lo golpeaban en los riñones. Pedro se quedó mudo, no dijo una palabra e inmediatamente escuchó a alguien decir “llévenselo”.

“Me llevaron encapuchado al auto, ahí me puse más alerta. Subieron tres personas más. En un momento siento que pasan más lento y cerca de un cordón, entonces abro la puerta y me escapo. Debo haber corrido 10 metros cuando entre patadas y golpes me volvieron a subir al auto”, explicó.

“Me llevaron a la comisaría a torturarme hasta que no di más señales. Me deben haber puesto la picana en el hombro, tal vez por eso siento molestia. Me deben haber torturado una hora, como no reaccionaba me llevaron desmayado e inconsciente a que me vea una doctora”.

Llevaron a Pedro hasta un camión sanitario estacionado en cercanías a la comisaría, allí lo revisó una médica y pidió que la dejen sola con él. Le preguntó qué pasó, pero Pedro estaba en shock y no pudo responder. Revisó la herida del hombro de que no tuviera una reacción y lo trasladaron a Neuquén.

Lo ingresaron a la U9 y lo encerraron en los calabozos. En las inmediaciones pudo escuchar a otras personas de Cutral Co, como Miguel Pincheira.

Lo interrogaron sobre sus compañeros, inclinación política y militancia, pero contestaba con evasivas como “yo no sé nada, no tengo nada, no sé qué buscan”. Fueron tres días en la U9 hasta que trasladaron a Bahía Blanca.

La historia de su militancia comenzó en 1973 cuando Pedro vivía con sus padres Juan Carlos y Elizabeth Zalazar en Cutral Co. Impulsado por la solidaridad reinante y la necesidad de organización, comenzó a ayudar a los vecinos. “Mi historia de estudiante me unió mucho con José Méndez. La experiencia como estudiantes buscando comida para ollas populares y acompañando a los obreros en el conflicto con la empresa CASA. Fue entonces cuando detuvieron a Méndez, a Pincheira”, expresó Maidana.

Pedro conoció a Carlos Chaves en una misión de la iglesia católica en Ruca Choroy. También recordó a Mónica Morán como militante activa del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “Ella era la encargada de células, le llevaba El Combatiente, que era la revista que leíamos en las reuniones. Ya en mayo no tuve más contacto. Comencé a ver más a Cacho Galarza, pero ya sabía que habían comenzado los operativos en la zona, entonces pasó a la clandestinidad en el ’76”, indicó Pedro.

“Recuerdo que teníamos un galponcito al fondo de la casa, yo imprimía ahí, aprendí a usar el mimeógrafo, incluso dibujaba en los stencil algún dibujo o logo”, señaló. La militancia juvenil de Pedro estaba guiada por el idealismo de movilizar las bases, desde acompañar en las manifestaciones a los obreros de la empresa CASA, juntar alimentos para las ollas populares hasta organizar al barrio para tener representantes que defiendan sus derechos.

“Tampoco queríamos estar más arriba que los vecinos, hicimos logística para que la lista pudiera triunfar en las elecciones. La logística era sencilla, invitación a las casas, recordar fechas de reuniones, movilizar a un par de autos para hacer publicidad en el barrio”, precisó. La militancia y el profundo deseo de una transformación convocó a personas de diferentes sectores políticos como militantes del Partido Justicialista, Partido Socialista y Partido Comunista. “Nos cruzábamos en actividades, más allá de las diferencias había una solidaridad y de tirar juntos para el mismo lado”, manifestó.

El operativo Cutral Co ya era un secreto a voces, por esta razón algunos militantes adoptaron nombres de guerra para no generar compromisos en el futuro. También crearon un dominó de nombres, una lista de nombres en orden para que cuando un militante fuera secuestrado la persona que seguía en la lista estuviera preparada para pasar a la clandestinidad. “Cuando secuestraron a Mónica Morán sabía que seguía yo. Pero vivimos negándonos y cortándonos, lo que permitió que nuestros secuestradores no pudieran relacionarnos, entonces no pudieron corroborar mi militancia política”, indicó Maidana.

Luego de tres días en la U9 lo llevaron junto a otros compañeros en un vehículo celular al aeropuerto, lo esposaron, lo tiraron arriba del avión y lo ataron con cadenas. Cuando el viaje culminó, luego de una hora, al bajarlos Pedro escuchó: “Mirá quién está acá”.

“Me reconocieron (los del operativo Cutral Co) y se acordaban del episodio de tres días atrás” explicó.

Fueron llevados al Centro de Detención de Bahía Blanca, lugar que años después reconstruirían como La Escuelita. El lugar tenía un espacio comunal donde estaban la mayoría de los detenidos tirados en el suelo, ahí Pedro identificó a Carlos Chaves.

“Nos daban un poco de comida, agua, estábamos vendados todo el tiempo, incluso nos tomaban declaración y había que firmar con la venda puesta. Había un salón grande y una sala de tortura”, relató. Pedro ubicó en el centro de detención a Mónica Morán y a Carlos Chaves, a quién le habían preguntado por Eduardo Buamscha. Dora y Argentina Seguel también estaban, pero no las vincularon con Pedro.

Estuvo 15 días en La Escuelita de Bahía Blanca. Luego en avión lo trasladaron hasta la U9 en Neuquén, donde le hicieron firmar que quedaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Allí pasó 21 días. “Por esos días me encontré con José Delineo Méndez, me dijo que le habían preguntado por mí y que él no dijo nada. También con Guillermo Almarza, estábamos en el pabellón 2”, recordó.

“El de vigilancia se dio cuenta que estaba hablando con un compañero, me ató las manos, los pies y el cuello, me dejaron toda la noche así. Traté de acomodarme para no asfixiarme tanto, cuando entró la otra guardia me preguntó qué había pasado y me desató”, comentó. “En los interrogatorios me preguntaron por Méndez, por una reunión que había facilitado, pero no sabían mucho, querían sacarme información. Les decía que no sabía nada y me pegaban”, añadió.

Luego de tres semanas lo llevaron al Centro Clandestino La Escuelita de Neuquén, después lo retornaron a la U9 y lo trasladaron a Rawson junto a otros detenidos como Almarza, Pincheira y Méndez. “Era un avión grande que hizo escalas y fue subiendo gente de otras provincias. A Pincheira lo llevaron a Roca”, indicó.

Estuvo varios años en el penal de Rawson, específicamente en el pabellón 7, luego fue trasladado al pabellón 5 en el mismo bloque. En 1979 lo trasladaron al penal de Caseros y a los meses lo retornaron al penal de Rawson.

En el penal de Rawson estuvieron la mayor parte del tiempo encerrados pero eso no destruyó las convicciones de los detenidos y la urgente necesidad de comunicación e intercambio. Los paredones, las celdas y la vigilancia constante no pudo detener la organización interna de los detenidos. “Estábamos organizados partidariamente. Teníamos lecturas que habían escrito en papel de cigarrillo con letra mínima, circulaba información de pabellón a pabellón. En ese momento yo aprendí código morse y nos comunicábamos con golpes en la pared”, explicó Pedro.

“También había activismo de los organismos de los derechos humanos. Yo recuperaba la información que venía dispersa por las visitas, hacía una síntesis y pasábamos las noticias. Había una organización interna tal que no nos dejaban compartir el papel higiénico. Teníamos que cuidarnos porque los veladores nos vigilaban constantemente”, relató.

“En la cárcel de Rawson me decían que seguro me darían la libertad. Yo asumía que me tenían que soltar, mi familia había hecho los trámites para salir del país pero era rechazada. Era difícil porque mi madre luego de tres años me decía, bueno, pero ¿Cuánto te faltará?” .

Finalmente el 21 de agosto de 1981 liberaron a Maidana en La Plata luego de cinco años secuestrado. Era una libertad vigilada porque debía presentarse a los tres días en la comisaría de Cutral Co. Comenzó un proceso de control a través de la Policía Federal, realizado cada semana y que se extendió durante seis meses. Pero la Policía Federal no sólo controlaba el lugar donde estaba Pedro, sino también llevaba a cabo la persecución de los liberados.

“Comencé a trabajar con mi vecino de mecánico, la policía le dijo que yo era un peligroso guerrillero, que si soldaba podía explotar una bomba. También me pasó con otros vecinos cuando me dieron una changa de pintura, la policía fue a advertirle de mí, pero el vecino le dijo que no se hiciera problema”, explicó.

Pese a que el aparato represivo del Estado quiso mantener el control de los liberados, eso no impidió que volviera a transitar una vida con ideales, militancia y una profunda esperanza de transformar la sociedad. El juicio La Escuelita VII le permitió reencontrarse con las y los compañeras que vivieron el terror, en un contexto de reparación histórica para exigir justicia y gritar juntos “Nunca Más”.

Katherina Lang para la Cobertura Colaborativa

Fotografía de Daniel Font Thomas